Paisos Catalans

dimecres, 15 d’abril del 2009

ENCUENTROS CON EL GOLEM DE PRAGA Por María Negroni

"Adán es, probablemente, la representación más difundida de un Golem de que tenga memoria la humanidad. Al margen de él (de nosotros), la lista de sueños sobre creación de seres animados es cuantiosa. El homunculus de Paracelso, la Olympia de T.E. Hoffman, el ruiseñor de Andersen, el engendro de Frankenstein, la prostituta robot de Metrópolis, para no citar sino algunas, son todas manifestaciones más o
menos nocturnas, más o menos musicales, de la misma pesadilla. En la base hay siempre una mutación, algún saber hermético que desemboca en el nacimiento de la una máquina sensible, a medio camino entre la béte noire y la conciencia de la finitud, entre el fetiche sexual y el desamparo infantil, entre la coraza monstruosa y la vulnerabilidad.
El Golem propiamente dicho, sin embargo, es ciudadano de Praga. Allí lo hace nacerla leyenda, atribuyendo la autoría al rabino Loew (1512 – 1609), en épocas de Rudolf II de Habsburgo, cuando Praga era la capital del reino de Bohemia y en la corte convivían Kepler, Brahe, Archimboldo, las obras de Durero, la luz sombría del barroco y el fervor cabalista de la sinagoga de Pinkas. Esta primera representación del Golem,no es uniforme. En algunas versiones, el muñeco de greda y escritura, originariamente diseñado para proteger al ghetto de las persecuciones, se subleva y acaba destruyendo a su creador. En otras, se suicida. En otras, simplemente, el
rabino borra la primera letra del nombre impreso en su frente (Emet, que significa verdad, sello del único) y el Golem regresa a la arcilla (Met, muerto). Todas variantes,como se ve, que posiblemente poco tengan que ver con el Golem, tal como lo imaginó Loew, hombre renacentista, más preocupado por desalentar el dogma y mantener vivo el espíritu de la Torah que por dramatizar un phatos político o personal.
De todas las versiones, sin embargo, la más irreverente es la Gustav Meyrink (1868 –1932). En su novela publicada en 1915, un narrador anónimo (un restaurador de joyas que ha recogido por error el sombrero de un tal Athanasius Pernath) sueña en una sola noche la vida de ese hombre que -acabará descubriendo, como los pájaros del Simurgh- es él mismo. Borges resumió casi todo al decir que, como Alicia en el País de las Maravillas, Der Golem es una novela onírica, Yo agregaría que ese sueño contiene la novedad de un gótico religioso.
Muchas cosas, como fuere, están felizmente tergiversadas respecto de la leyenda. El Golem mismo apenas ocupa un quinto de las páginas, el rabino literalmente no aparece (aunque hay un archivero, Shemajah Hillel, que se le parece), el narrador ha sufrido una crisis de identidad y tiene clausurado el pasado (como Barba Azul) y la destrucción es reemplazada por la más infructuosa búsqueda que una subjetividad pueda hacer de sí misma. Quizá en esto último radique lo más claro; la verdadera creación e traslada, en Meyrink, al fuero interior. De allí que la pregunta central de este libro sea ¿Quién es yo?. Porque la memoria y el conocimiento, se entiende, son una misma cosa; no hay más viaje que el simbólico, y se ejerce a través de una trama mnemónica.
Vista así, la aparición del Golem cada treinta y tres años (la edad de Cristo) es un recordatorio para el hombre que vive alienado como en un sueño de opio. Su rostro oscuro refleja el alma enferma de la comunidad. Como un visitante que llegara para anunciar la necesidad de la Gran Obra alquímica, ese opus nigrum que permite
asociar el pensamiento que divide (la razón) con el que armoniza (la imaginación), irrumpe sólo en los bajos fondos de la ciudad y allí se arrastra como un fantasma asociado al crimen y el misterio. Algo en él recuerda a Cesare, el muñeco sonámbulo de El Gabinete del Dr. Caligari. Su violencia rima con las callejas torcidas y afiebradas de ese reducto de pasión que es el ghetto. Hay que apurar la muerte, diría Bataille,para que algo pueda nacer.
En esa arquitectura expresionista, mezcla de la Pedrera de Gaudí y de las ciudades porosas de Xul Solar, se interna también el narrador. Todo allí es catastrófico, ojival, apocalíptico. Basta cerrar los ojos y recordar los planos que Paul Wegener registró en su film El Golem (1920) sobre dibujos o pesadillas vivas de Alfred Kubin y Marlène Poelzig: crujidos, falsas escuadras de tiempo, filas de tejados barrocos mostrándose como losas sepulcrales sin inscripción, siluetas que ascienden y descienden, antorchas, puertas cuneiformes, triángulos y sombras que parecen aves de rapiña.
Lotte Eisner explicó como nadie el nerviosismo de esa estética. Habló de una dictadura del espíritu y de una fotogenia del alma, de visiones goyescas y de cierta perfidia del objeto en medio de una suerte de lírica cinética, de bosque encantado.
También para ella el ghetto es un espacio malsano y superpoblado en el que se vive una angustia sin fin, sólo interrumpida por algunos gestos lineales, bruscos, esfumados luego hacia la noche. Es allí, entre vecinos que más bien parecen animales viejos y malhumorados y bouquets nupciales en las alcantarillas, quePernath se deja arrastrar por sus pulsiones hacia una trinidad de mujeres (Rosina, laprostituta; Myriam, la judía mística; y la inalcanzable condesa Angelina) mientras el Golem-sombra lo busca para mostrarle las múltiples imágenes de su ser ilusorio (artista, mártir, chivo expiatorio) que podrían –si las aceptara- revelarle su identidad más recóndita.
No es que la cuestión política desaparezca; por el contrario, se espiritualiza, se vuelve una poética. Los crímenes del Golem, digamos, quedan ligados a las sagas del alma por recobrar su döppelganger y así suprimir el exilio y la separación. La esperanza es liberarse de la dualidad, trocar la objetivación del Mal en una verdad
concebida como proyecto y hacer de ese afán de materialización, famélico e hipnotizante como el del vampiro, una oportunidad para integrar el deseo (vale decir,la risa, el pensamiento no petrificado, todas las estrellas e infiernos de lo sexual) a lacasa mística, complementaria, del ser. El cabalista Loew habría encontrado aquí ecos prodigiosos.
Pernath, por su parte, terminará por comprender: el Golem se le aparece, le trae un libro, Ibbur o la fecundación del alma. Otro día, en un sueño, Pernath ve un signo grabado en su propia frente. Sistema de cajas chinas que hacen pensar en Las ruinas circulares y, en general, en el poder de los vestigios. Las señales se multiplican. No importa que el Golem viva en un cuarto sin puertas, con una ventana enrejada. Como en El misterio del cuarto amarillo o en Los asesinatos de la calle Morgue, el enigma de la habitación del vértigo tiene explicación. Toda pregunta, dice el archivero inspirado en el Zohar o Libro del Brillo, ya está resuelta, de hecho, en el instante mismo en que nos la planteamos a nosotros mismos. Y así, Pernath accede a la guarida del Golem, por un laberinto que existe debajo del ghetto como para corroborarla fórmula gnóstica igual que arriba, es abajo: también el ghetto es un laberinto que circula debajo de la ciudad celeste. Sólo hay que pulir el espejo del corazón –dirían los sufíes- para que cada objeto revele lo que esconde.
Este secreto no se averigua fácilmente. Me pregunto si Meyrink lo habrá aprendido en su vida excéntrica ya que, dicho sea de paso, se registran en su biografía los oficios más insólitos: fue playboy, titiritero, hijo bastardo de una actriz, místico, traductor de Dickens, hombre de negocios, atleta, tuberculoso, coleccionista de ratones africanos y de confesionarios, estafador, contemporáneo de Kafka, suicida fracasado, ávido lector de tratados de teosofía, cábala y pensamiento oriental, y discípulo de Madame Blavatsky.
no para destruirlo sino más bien para redimirlo. En otros términos, el narrador vive el pasado de lo que pasará y, en ese futuro anterior, re-construye –como quería Proust- la sombra que lo vivido proyecta hacia delante, restaura (después de todo, es su oficio), en medio de la vida turbia y triste de un ghetto delirante, lo olvidado, eso otro que leemos desde siempre en el Libro sin saber que somos nosotros mismos, sin saber que el paraíso, como en aquel cuento jasídico, sería entender lo que leemos."



http://www.galeon.com/meyrink/

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